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lunes, 28 de noviembre de 2016

MI PRIMER CANTO A ESTA CIUDAD

Mi primer encontronazo, porque fue un encontronazo, con la tal llamada cultura europea fue alrededor de los 80 cuando pisé por vez primera Barcelona.

Saliendo de un aeropuerto que no es ni el que remotamente conocemos hoy y adentrándome en los laberintos de calles, rondas y avenidas me bajé de aquel taxi amarillo en una de las calles más emblemáticas de esta ciudad: La Rambla. Allí me estaba esperando el funcionario que habían seleccionado para atenderme. Después de dejar mi equipaje en uno de los tantos hoteles de esta calle me llevó a conocer la ciudad, su ciudad. Y recalco su ciudad porque Barcelona es uno de esos sitios en que cada quien se lo apropia como mejor le convenga y yo me la apropié al mío.

Recorrimos innumerables calles, callecitas y avenidas entre el Barri Gotic y el El Rabal, el Casc Antic y El Eixample. Por cierto, dicen de esta zona, la del Eixample, que es una de los trazados más innovadores de ciudades. A mí, particularmente, me causó una impresión un poco rara, pues además de perderme en cada esquina al cruzar hacia otra acera se me parecía cada cuadra que pasaba igual que la que había dejado. Para gustos colores. Claro, no dejo de reconocer las decenas y decenas de edificios con una arquitectura inimaginable y de firmas reconocidas en este arte. Pero prefiero otros sitios de esta hermosa ciudad que esta zona.

Llegado de una Isla, de aquella Isla que según los españoles al hablar de pérdidas siempre hacían referencia a "Más se perdió en Cuba" cuando la guerra de finales del XIX, no me imaginaba que me iba a encontrar dentro de aquel monstruo arquitectónico un desfasaje con la falta de recursos que existía en mi país con otros de acá, como la televisión por ejemplo, en que nosotros ya la veíamos desde los principios de los 50 y la que escasamente había comenzado a aparecer por este lado de la Europa a partir de los 70 o finales de los 60.

Situación rara esta.

Sin embargo, algo que me unió a esta ciudad fue su encanto social. Quizá mucha  gente no se recuerde ya de ello, sentada en las aceras, en cualquier calle, con una mesita plegable, un par de sillas de madera a la puerta de sus edificios jugaban cartas, reían, cantaban, bebían como cosacos y de comer ni les hablo. Era una imagen que había dejado hacia unas pocas horas con lo que me hizo sentir en casa meva. Por supuesto que les hablo del verano.....no me imagino en invierno tal socialización externa.

Ya, a mi paso por esta ciudad durante otros años viví como esa misma gente sentada en las aceras iba disminuyendo y se retraían más y más hacia el interior de sus viviendas hasta tal punto que hoy día los vecinos de la propia finca apenas se ven y otros ni se conocen. ¡Qué pena!

Pero bueno, volviendo a mi primer encontronazo en esta ciudad, porque repito, fue un encontronazo en todos los sentidos. Llegó la noche y tuve la suerte de que ningún funcionario me acompañara con lo cual hice de esta ciudad, mi ciudad por pocas horas.

Recorrí calles por las que no había pasado durante el día. ¡Claro que me perdí! Pero zigzagueando por aquí y allá siempre salía a una gran avenida o a una calle amplia. Miraba las fachadas iluminadas de los grandes edificios. Contemplaba a la gente, su forma de vestir bastante osada por cierto para los tiempos que corrían en la Isla. Entraba y salía de los bares, sólo por ver. Mi ropa impregnada de humo, ciertos olores que no olvidaré pues después se repitieron en otros momentos. Me senté finalmente en un pequeño bar, cerca de la plaza de Sant Jaume, dirección Rambla. Gente rara para mis normas pero alegre. ¡Muy alegre!

No sabía que pedir en aquel bar. El camarero desde la barra me pregunta. No le entiendo pues me estaba hablando catalán y para mí también era un sonido nuevo. Me acerco y sólo con verme comienza hablarme en español. Le pido una cerveza. ¿Marca? Cualquiera. Eso sí, bien fría.

Sentado en una mesita pequeña se me acercan constantemente otra gente ofreciéndome rosas, baratijas y hasta un paquetito bien envuelto que no tuvo ni que preguntarme pues daba por hecho que yo sabía qué era. A todos, mi respuesta fue NO GRACIAS. No  gracias. No.

Pónganse en mi lugar. Siempre había estado en otros países donde la puerta hacia una apertura de tal magnitud no existía y si existía tenía otros matices más conciliadores. Terminé mi cerveza lo más rápido que pude y salí a coger un poco de aire fresco.

Vuelvo a encontrarme con otra realidad. Un pequeño, diez u once años, que su cabeza me daba a mi cintura se me acerca con no se qué en la mano pidiéndome la billetera. Mi reacción fue cogerle de la cabeza y decirle un par de chorradas cubanas de esas: ¡Mira mojón de mierda, si no te pierdes te rompo la crisma! y esas cosas....El chiquillo salió corriendo, sin rumbo y yo, con las piernas temblándome por aquella experiencia fuera de lo común, seguí mi camino hasta el mar. ¡El mar! ¡Esta ciudad también tiene mar. Todo lo que necesitaba.

Encontré el mar de casualidad, caminando enloquecidamente hacia adelante. Siempre hacia adelante. Y allí estaba. Después supe que estaba en La Barceloneta. ¡Bienvenida sea!

Pasaron algunos días más en esta ciudad y volví a los pocos años. Ya me pertenecía una parte de ella y la exploté al máximo.

Después me instalé en ella. Volví hacerla mía y lo que aún no me pertenecía la conquisté. Ya no me pierdo. Voy a donde quiera y ya sé aquello que dicen los barcelonies cuando uno le pregunta una dirección: ¿Lado montaña o mar?




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