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domingo, 27 de noviembre de 2016

ELEGIA

Quiero comenzar este blog dando rienda suelta a ideas que vienen desde lejos, quizás desde siempre donde está presente ese subconsciente, ese bichito parado encima de tu hombro que te dice lo bueno y lo malo, el bien y el mal.

Siempre pensé que pertenecía a una generación pérdida para nuestra época.  Los que nacimos en los ’50 y  principios de los ’60 dimos al traste con muchos prejuicios conque hasta entonces convivíamos. Rompimos esquemas, nos lanzamos de cabeza a lo desconocido y “prohibido”, disfrutamos al máximo lo poco que nos daba la vida en ese momento y lo mucho que le sacamos a ella sin agotarla. Nos tildaron de todo: desde  hippies, contrarrevolucionarios hasta enfermos mentales. Nos miraban con odio, rencor tal vez. Pero seguíamos estando. Diciendo y cuestionando todo. Fuimos sobre todas las cosas una gente extremadamente romántica. Amante de la vida y de nuestro entorno.

Crecimos y nos hicimos hombres y mujeres en medio de una sociedad que nos era hostil pero la seguíamos sin miramientos y con conciencia. Eso no lo entendían los otros. Los que nos criticaron siempre. Nos encontrábamos un día marchando bajo un sol de justicia por las calles de nuestra Habana y gritando a los yankees – como si nos oyeran desde nuestro Malecón, insultos que nos decían al oído a través de alto parlantes instalados a lo largo de toda la avenida costera. Y reíamos. Y éramos felices cuando no teníamos ni que ponernos de ropa interior y disfrutábamos aun más de la vida cuando le cogíamos a nuestros padres las camisas de trabajo que para nosotros era la mejor prenda para salir a una fiesta y las muchachas las bordaban en las espaldas, le pintaban rosas, nombres de amores imposibles y bailábamos al son que nos daba nuestra propia música.  

Fuimos felices aún teniendo que escuchar clandestinamente a los grupos musicales del momento. Nos pasábamos las placas (vinilos) hechos en casa de alguien, que con toda la infidelidad posible nos parecía que estuviéramos junto a ellos, sentados en cualquier concierto disfrutando de aquel momento. Y nos sabíamos las letras de todas las canciones. Y los otros no lo entendían. Nunca lo entendieron.

Hoy, cuando el más pequeño quizá roce los 55 años, vamos encontrándonos poco a poco a través de las redes sociales que tenemos a nuestra disposición y nos preguntamos, me pregunto: ¿Por qué hemos dejado pasar tanto tiempo? ¿Por qué nos castigamos tanto si al final todos estamos en otro lugar, bajo otras sombras, reencontrándonos poco a poco, con caras ajadas por el paso del tiempo recreadas a través de las webcams, por la falta de cremas cuando tuvimos que usarla, con las comisuras de los labios mostrando el tiempo que se nos escapó y que no volverá?

Pero seguimos siendo felices. Porque aquello por lo cual pasamos fue nuestra experiencia de vida y muy pocos han tenido esa suerte. Supimos la escasez en carne propia. No la escasez de la guerra: esa es otra y cruel. La escasez de la vida, la falta de poder abrazarnos en medio de la calle y darnos un beso sin que alguien nos dijera maricón o lesbiana. La escasez de poder olernos y sentir que también necesitamos de esas pequeñas cosas que da la vida como leer un libro en la orilla del mar sin que ningún policía venga a decirte que hasta las 8 de la noche puedes estar ahí o de lo contrario te llevaría  a la estación. La escasez de la vida de ver caer el sol en una tarde cualquiera y tomarte un simple refresco, cogido de la mano o abrazado del ser que amas….

Hoy, a mis sesenta y…me apena la gente que espera que caiga al maná del cielo.  Pero seguimos, estemos donde estemos: FELICES. Felices de haber nacido y de ser quienes somos. Felices porque la felicidad se crea, se construye y nosotros lo hicimos. Por eso muchos estamos ahora en cualquier punto de nuestro planeta, llevando la alegría de siempre por dentro y por fuera.  Hago oídos sordos de lo que puedan decir sobre la política. Eso es parte del rencor inculcado y por alguna vía han de canalizarlo. Comparto la alegría de ellos, de mí, de todos aquellos cuando nos llaman cubanos, porque señores, aun viviendo en Egipto y alquilando camellos, se sigue siendo cubano.

Creo que esta generación pérdida a la cual pertenezco sólo ha hecho extender su territorio  por la superficie terrestre llevando sus ganas de vivir, su tenacidad por la vida y las ganas de hacer algo más que simplemente respirar.

A todos los amigos que tuve cerca del Malecón y que pensé que no volvería a ver o saber más mi mejor abrazo y un beso bien grande para María de la Caridad, Roberto, Henry, Osvaldo, René y Renecito, Alicia (que ya no está), Marco (que también se ha ido), el Gordo Solsona (que tambien nos dejó), Rolando, Angel y todos aquellos que me dieron un sorbo de vida cuando la necesité y estaban ahí. Los otros, los que aún pueden ver caer la tarde sentados mirando el mar y tarareando alguna que otra canción de espaldas al Nacional, sé que están y estarán siempre.

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