Quiero comenzar este blog dando rienda suelta a ideas que
vienen desde lejos, quizás desde siempre donde está presente ese subconsciente,
ese bichito parado encima de tu hombro que te dice lo bueno y lo malo, el bien
y el mal.
Siempre pensé que pertenecía a una generación pérdida para nuestra
época. Los que nacimos en los ’50 y principios de los ’60
dimos al traste con muchos prejuicios conque hasta entonces convivíamos.
Rompimos esquemas, nos lanzamos de cabeza a lo desconocido y “prohibido”,
disfrutamos al máximo lo poco que nos daba la vida en ese momento y lo mucho
que le sacamos a ella sin agotarla. Nos tildaron de todo: desde hippies,
contrarrevolucionarios hasta enfermos mentales. Nos miraban con odio, rencor
tal vez. Pero seguíamos estando. Diciendo y cuestionando todo. Fuimos sobre
todas las cosas una gente extremadamente romántica. Amante de la vida y de
nuestro entorno.
Crecimos y nos hicimos hombres y mujeres en medio de una sociedad que nos
era hostil pero la seguíamos sin miramientos y con conciencia. Eso no lo
entendían los otros. Los que nos criticaron siempre. Nos encontrábamos un día
marchando bajo un sol de justicia por las calles de nuestra Habana y gritando a
los yankees – como si nos oyeran desde nuestro Malecón, insultos que nos decían
al oído a través de alto parlantes instalados a lo largo de toda la avenida
costera. Y reíamos. Y éramos felices cuando no teníamos ni que ponernos de
ropa interior y disfrutábamos aun más de la vida cuando le cogíamos a nuestros
padres las camisas de trabajo que para nosotros era la mejor prenda para salir
a una fiesta y las muchachas las bordaban en las espaldas, le pintaban rosas,
nombres de amores imposibles y bailábamos al son que nos daba nuestra propia
música.
Fuimos felices aún teniendo que escuchar clandestinamente a los grupos
musicales del momento. Nos pasábamos las placas (vinilos) hechos en casa de
alguien, que con toda la infidelidad posible nos parecía que estuviéramos junto
a ellos, sentados en cualquier concierto disfrutando de aquel momento. Y nos
sabíamos las letras de todas las canciones. Y los otros no lo entendían. Nunca
lo entendieron.
Hoy, cuando el más pequeño quizá roce los 55 años, vamos encontrándonos
poco a poco a través de las redes sociales que tenemos a nuestra disposición y
nos preguntamos, me pregunto: ¿Por qué hemos dejado pasar tanto tiempo? ¿Por
qué nos castigamos tanto si al final todos estamos en otro lugar, bajo otras
sombras, reencontrándonos poco a poco, con caras ajadas por el paso del tiempo
recreadas a través de las webcams, por la falta de cremas cuando tuvimos que
usarla, con las comisuras de los labios mostrando el tiempo que se nos escapó y
que no volverá?
Pero seguimos siendo felices. Porque aquello por lo cual pasamos fue
nuestra experiencia de vida y muy pocos han tenido esa suerte.
Supimos la escasez en carne propia. No la escasez de la guerra: esa es otra y cruel. La
escasez de la vida, la falta de poder abrazarnos en medio de la calle y darnos
un beso sin que alguien nos dijera maricón o lesbiana. La escasez de poder
olernos y sentir que también necesitamos de esas pequeñas cosas que da la vida
como leer un libro en la orilla del mar sin que ningún policía venga a decirte
que hasta las 8 de la noche puedes estar ahí o de lo contrario te llevaría a
la estación. La escasez de la vida de ver caer el sol en una tarde cualquiera y
tomarte un simple refresco, cogido de la mano o abrazado del ser que amas….
Hoy, a mis sesenta y…me apena la gente que espera que caiga al maná del
cielo. Pero seguimos, estemos donde
estemos: FELICES. Felices de haber nacido y de ser quienes somos. Felices
porque la felicidad se crea, se construye y nosotros lo hicimos. Por eso muchos
estamos ahora en cualquier punto de nuestro planeta, llevando la alegría de
siempre por dentro y por fuera. Hago oídos sordos de lo que puedan
decir sobre la política. Eso es parte del rencor inculcado y por alguna vía han
de canalizarlo. Comparto la alegría de ellos, de mí, de todos aquellos cuando
nos llaman cubanos, porque señores, aun viviendo en Egipto y alquilando
camellos, se sigue siendo cubano.
Creo que esta generación pérdida a la cual pertenezco sólo ha hecho
extender su territorio por la superficie terrestre llevando sus
ganas de vivir, su tenacidad por la vida y las ganas de hacer algo más que
simplemente respirar.
A todos los amigos que tuve cerca del Malecón y que pensé que no volvería a
ver o saber más mi mejor abrazo y un beso bien grande para María de la Caridad,
Roberto, Henry, Osvaldo, René y Renecito, Alicia (que ya no está), Marco (que
también se ha ido), el Gordo Solsona (que tambien nos dejó), Rolando, Angel y
todos aquellos que me dieron un sorbo de vida cuando la necesité y estaban ahí.
Los otros, los que aún pueden ver caer la tarde sentados mirando el mar y
tarareando alguna que otra canción de espaldas al Nacional, sé que están y
estarán siempre.





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